La noche desvelada
Un relato de insomnio, misterio y terror gótico
D. D. Puche Díaz [+info]
3/9/2024
III
Alicia sufre insomnio y sale por las noches a caminar para no volverse loca. Pero a esas horas, para una noctámbula como ella, la ciudad parece totalmente otra, y sus calles están pobladas por unos misteriosos y turbadores personajes...
[Lee el capítulo I] ‒Sigue, Alicia. Me interesa más que me cuentes las sensaciones que te
provocó ese lugar que su descripción física. ¿Cómo te encontraste una vez
dentro?
El doctor Pineda, mi psiquiatra, tomaba notas de lo
que le contaba. Mientras yo hablaba, él asentía mucho, evitando la mayor parte
del tiempo mirarme a los ojos, aunque cuando lo hacía resultaba cordial y
esbozaba una leve sonrisa. Durante la mayor parte de mi narración no me
interrumpió, aunque de vez en cuando hacía alguna pregunta o me reconducía
hacia lo que él consideraba más relevante. Yo estaba muy acostumbrada a hablar
con él y tenía confianza, así que no me resultaba incómodo sincerarme. Al
principio de la terapia sí, pero de eso hacía ya meses.
Retomé el relato justo donde lo había dejado para
beber un sorbo de agua. Estábamos en su consulta, un cómodo despacho de aspecto
moderno y funcional, con el mobiliario, las paredes e incluso el suelo de
linóleo en tonos que iban del gris perla a otro casi blanco. No nos hallábamos
a ambos lados de su escritorio, en la parte donde estaban todos los diplomas y
la estantería con libros clínicos, sino en la parte opuesta de la habitación,
mucho más agradable, sentados al lado de un gran ventanal donde había una
alfombra redonda ‒de color gris muy claro‒ y, sobre ella, dos cómodos sillones de piel
sintética del mismo color. El doctor tenía un cuaderno de notas sobre la pierna
cruzada y escribía rápidamente con caligrafía descuidada; anotaba mucho y
asentía levemente mientras lo hacía. Siempre era muy afirmativo: así estimulaba
a sus pacientes para que hablaran más. Yo tenía a mi derecha una mesita con un
pequeño cactus ‒había varias plantas más en la consulta, lo que la humanizaba bastante‒ y mi vaso de agua. Respondí
a su última pregunta:
‒Pues no me resulta fácil explicarlo… sentí cosas muy distintas en aquel
lugar; contradictorias, incluso. Como lo era la gente que estaba allí reunida,
o precisamente debido a esa gente. Algunas personas me despertaron gran
simpatía inmediatamente, mientras que otras se me hicieron desagradables desde
el primer momento.
Hice una pausa y me quedé mirando por la ventana.
Intenté recordar el máximo de detalles de los hechos transcurridos nueve días
antes. Sabía que cada uno de ellos, por pequeño que fuera, sería importante
para el doctor, y por tanto para mí. Tras unos segundos, continué con mi
narración de lo ocurrido aquella noche.
«El Café Medianoche es un lugar maravilloso, ¿sabe?
Me gustaría que usted pudiera visitarlo y comprobar todo lo que voy a contarle,
aunque no creo que eso sea posible, desgraciadamente. Por dentro era mucho más
grande de lo que parecía por fuera: la puerta de doble hoja daba a un amplio
salón de forma octogonal con cuatro pequeñas barras en los lados alternos, y
tras cada una de ellas estaba un camarero elegantemente vestido, con chaleco
rojo y pajarita, como a principios del siglo pasado, aparte de otros dos o tres
que atendían las mesas. En dos de las barras servían cafés y bollos, y en las
otras dos licores, pastelillos y bombones. El lugar era increíble, se lo
aseguro, como de ensueño, pese a que llegué hasta él sólo gracias a mi insomnio,
y a través de unas calles muy siniestras. Gracias a mi insomnio y, por supuesto,
a que me guio Blanca hasta allí, porque yo no tenía ni idea de que existieran lugares
como los que vi esa noche, aquí mismo, en Madrid.
«Los techos eran muy altos e imitaban la bóveda
celeste de noche, con una miríada de pequeñas estrellas pintadas que devolvían
la luz cálida de las muchas lámparas de cristal con forma de globo, suspendidas
mediante armazones metálicos por todo el local; éste disfrutaba de una
agradable iluminación difusa, algo mortecina pero muy acogedora. Las paredes ‒como todo el
mobiliario, las lámparas y las ventanas‒ estaban decoradas en estilo art déco, con
innumerables trozos de cristal, de porcelana o mosaicos en una paleta de tonos
turquesa, celeste y aguamarina que contrastaban con el brillante color dorado
de las cuatro barras, mucho más iluminadas. Sobre la puerta de entrada, como si
del rosetón de una pequeña catedral modernista se tratase, había una gran
vidriera que representaba la luna en cuarto menguante. El ambiente del
establecimiento, con tal iluminación y decoración, era mágico, embelesador.
«Y luego estaba la gente que poblaba aquel
enigmático lugar. Gente tan variopinta que la mayor parte de ella resultaba
chocante, apenas encajaba en semejante escenario. En cada una de las pequeñas
mesas redondas, con la superficie de mármol y las patas de hierro forjado
negro, delgadas como si fueran patas de araña, había entre una y cuatro
personas. El local estaba prácticamente lleno a esa avanzada hora de la
madrugada, lo cual me extrañó; no habría menos de cincuenta clientes. Todos
hacían lo mismo, que era charlar en voz muy baja, apenas susurrando, con lo que
reinaba una relativa calma en la sala, apenas rota por un suave murmullo. No
era como el murmullo de los hombres sin rostro, entiéndame, sino uno distendido
y relajante. Por lo demás, mientras charlaban, unos bebían cafés y otros licores,
y en algunos casos tomaban chocolates y dulces. Pero lo chocante no era nada de
esto, sino que la mayoría, aunque no todos, iban disfrazados: algunos iban a la
moda de los años veinte, acordes con el propio establecimiento, mientras que
otros llevaban atuendos y cortes de pelo de los años cuarenta o cincuenta; y todavía
otros parecían sacados de fotos o retratos de finales del siglo XIX, e incluso
de los tiempos posteriores a la Revolución francesa ‒sé algo de esas
modas históricas, aunque no sean mi especialidad‒. También, como le decía, los había que
vestían a la moda actual. Pero todos estaban mezclados con todos, con gran
naturalidad, en un popurrí de vestuarios, maquillajes y peinados tan
heterogéneo como difícil de entender. Sería la fiesta de disfraces más extraña
que hubiera visto en la vida. Yo no entendía nada y esperaba, naturalmente, que
Blanca me diera pronto explicaciones. De esto y de todo lo ocurrido antes,
porque la noche había estado llena de sorpresas. Ésta, no hace falta que se lo
diga, era bastante mejor que la de las siniestras calles que habíamos
atravesado para llegar.
«‒Vamos, sentémonos en esa mesa ‒me indicó Blanca, llevándome
del brazo‒. Te presentaré a esa mujer; la conozco. Además, ya no hay más sitio donde sentarse. El
Café está a rebosar esta noche.
«Al lado de una de las ventanas, que tenía una
preciosa vidriera que representaba una golondrina, había una mesita en la que
estaba sentada una mujer de unos cincuenta años, extremadamente delgada, hasta
el punto de que se le marcaban los huesos. Su vestido vaporoso, de tirantes y muy
escotado, como de los felices años veinte, realzaba mucho esa delgadez
extrema, sobre todo por sus finísimos brazos, cubiertos de pulseras doradas; en
los dedos llevaba muchos anillos, algunos de ellos con llamativas piedras
engastadas. Cubría su frente una cinta negra con una pluma, que apenas
disimulaba el pelo cano que ya le empezaba a escasear. Su rostro conservaba aún
cierta belleza, sin embargo: los altos pómulos se le marcaban mucho, así como
la larga barbilla sobre la que sonreía una boca de labios muy finos y pálidos,
como en general lo era toda ella. Pero los ojos eran grandes y hermosos, y le
conferían una luminosidad y una vitalidad que contrastaban con el resto de su figura.
Nos dirigió una mirada amistosa al ver que nos acercábamos, y sonrió todavía
más, con gran simpatía. Me fijé en que estaba bebiendo lo que me pareció un
vasito de absenta. Ese color verde era inconfundible, y al lado tenía un
platillo con unos pocos terrones de azúcar y una diminuta cucharilla, pero nada
más.
«‒Oh, ¿a quién me traes, cariño? ‒preguntó cordialmente, con
una voz sorprendentemente juvenil, mientras nos sentábamos. Blanca no pidió
permiso en ningún momento, por lo que entendí que había confianza entre ellas.
«‒Gertrud, ésta es Alicia. Alicia, te presento a Gertrud. Lleva
un montón de años pateando estas calles a horas indecentes, ¿no es así,
Gertrud?
«‒Vaya que sí. Muchos, muchos años ‒le contestó, y me miró
a mí, encantadora‒. Hola, Alicia, me alegro de conocerte.
«‒Lo mismo digo. Oye ‒dije, dirigiéndome esta vez a Blanca‒, este sitio es
curiosísimo.
«‒No sabes hasta qué punto lo es, amiga mía ‒y ella y Gertrud se
miraron y sonrieron.
«En ese mismo momento, antes de que yo pudiera
decir nada más ‒y quería preguntar muchas cosas‒, se plantó a nuestro lado un camarero, tan elegantemente
vestido y cortés como en los restaurantes y hoteles lujosos de antaño. Nos
preguntó qué queríamos, y tanto Blanca como yo le pedimos café solo; había que
aguantar el sueño. En cuanto a Gertrud, que todavía no había terminado su licor
esmeralda ‒lo bebía a sorbitos diminutos, paladeándolo‒, le hizo un gesto
negativo.
«‒Y bien, Blanca ‒dijo Gertrud‒, ¿dónde has conocido a tu amiga? Eres muy joven,
querida ‒me dijo a mí‒; ¿cuántos años tienes?
«‒Veintidós.
«‒Lo que decía: una niña.
«‒Pues la acabo de conocer hace apenas un rato ‒terció Blanca‒. Estaba atrayendo a
los tristes como la miel a las abejas, y he tenido que echarle una mano.
«‒Sí, sobre eso precisamente quería preguntarte, Blan…
«‒Ah, vaya ‒me interrumpió Gertrud‒. Tú sabes que no
debes demorarte mucho en la calle a estas horas, cuando no concilies el sueño, ¿verdad,
hija? Puede ser peligroso, salvo en unos pocos sitios de la ciudad, como éste.
«‒Sí, claro, lo sé; sobre esto quería yo, de hecho…
«‒Me temo que está un poco verde todavía, Gertrud. No
está al tanto de muchas cosas.
«‒Pues habrá que ponerla al día lo antes posible ‒replicó Gertrud, y se llevó su vasito de cristal a la
boca.
«‒A propósito de eso, si pudierais escucharme un
momento…
«‒Claro que sí, Alicia, puedes preguntar lo que quieras.
«‒Debes de tener muchas dudas, mi niña.
«‒Sí, sí, mi principal duda es…
«Tampoco pude acabar aquella frase. Justo en ese
momento volvió el camarero con la bandeja. Pero no, no era el camarero de
antes; ni siquiera parecía un camarero.
«‒Os traigo yo los cafés; estaba pidiendo uno en la
barra en el mismo momento en que ha llegado el camarero con vuestro pedido, y
le he dicho que no se moleste.
«Y, diciendo esto, puso la bandeja en la mesa con
tres cafés solos y un cuenco con terrones de azúcar, y se sentó en la silla que
quedaba libre, a mi derecha. Me miró de soslayo, con cierta indiferencia, y
preguntó a las otras:
«‒¿Y ésta quién es?
«Yo arqueé las cejas ante semejantes modales.
Blanca suspiró con resignación y nos presentó:
«‒Julio, ella es Alicia. Alicia, éste es Julio. No te
lo tomes como algo personal; suele hacer este tipo de entradas.
El tal Julio era un tipo que aparentaba treinta y
tantos, aunque algo me dijo que sería mayor; era calvo, con perilla y espesas
cejas en ángulos rectos que enmarcaban unos ojos de mirada torva. Llevaba
pendientes en ambas orejas y vestía una chaqueta larga de cuello alto, el cual
llevaba subido pese a que la noche no era fría, y menos allí dentro. Además de
eso, jersey, vaqueros y zapatillas deportivas. Su voz era grave y sedosa, pero
parecía malhumorado. Parecía alguien que siempre está malhumorado.
«‒Hola ‒me dijo, y yo le contesté lo mismo; le dio un sorbo
a su café antes de continuar‒. ¿De qué hablabais?
«‒Pues apenas habíamos empezado a hablar cuando has
llegado. Le estábamos contando a Alicia los puntos más básicos que debe tener
en cuenta un noctámbulo al moverse solo por ahí… Ella es relativamente nueva en
esto, ¿sabes?
«‒¿Ah, sí? Pues déjame que te diga algo, Alicia. En
realidad, sólo hay un punto que tienes que conocer: hay cosas que sólo vemos
nosotros, cosas que únicamente puedes percibir cuando llevas días sin dormir y
tu cerebro está hirviendo y tus ojos ya no distinguen la realidad de un
espejismo. Cualquier persona normal te diría que no están ahí, que te las estás
imaginando, pero tú sabes que sí están ahí. Esta experiencia tú ya la
has tenido, claro. Lo que quizá no sepas, el conocimiento que algún día puede
salvarte la vida, es que todo eso que ves es perfectamente real, pero las
personas que ves, todos esos seres raros y siniestros que te salen al paso o te
siguen por las calles, no son humanos. Y que van a por tu alma.
«Blanca lo miró con desagrado y lo interrumpió,
porque él quería seguir hablando y, la verdad, me estaba acojonando:
«‒Joder, Julio, cállate ya. ¡Si ni siquiera le
habíamos explicado lo más elemental! ¿Es que quieres aterrorizarla?
«‒No le hagas caso, mi niña ‒terció Gertrud, también
molesta por la actitud de Julio‒; sólo quiere asustarte porque así él se hace el
interesante y se da ínfulas. ¿O no es eso, Julio?
«Él apartó la mirada con gesto condescendiente, le
dio un sorbo a su café, y se limitó a murmurar:
«‒Sí, claro, claro…
«‒Tú hazme caso a mí, no a él, que es un infeliz y un agorero ‒dijo Blanca; al oírla, Julio sonrió sardónicamente‒. Hay algunas cosas
que es crucial que asumas desde el principio, pero no hace falta contarlas de
un modo tan funesto. De hecho, todo es bastante seguro, si tomas ciertas
precauciones.
«Las palabras de Julio me habían recordado los
miedos y la ansiedad que me provocaba lo que veía en las noches de insomnio,
que sólo por un momento, en aquel lugar tan increíble y en compañía de mujeres
como Blanca y Gertrud, había conseguido olvidar. Para que no se me notaran
mucho los nervios que me había causado ese hombre tan áspero, me llevé la taza
a la boca y probé mi café. Y, de repente, me quedé suspensa. ¡Qué delicioso
era! No había tomado uno igual en la vida… En apenas unos segundos evoqué, en fugaces
ráfagas, sabores y aromas de la infancia, que trajeron a mi mente asociaciones
de ideas, recuerdos vagos y confusos… Algo que quería cobrar forma en mi
cabeza, aunque no terminaba de hacerlo. Y tuve esas mismas sensaciones difusas,
insinuantes de un nosequé perdido en la memoria, con cada sorbo que le di a la
taza durante la conversación. Pero no quiero alejarme del hilo de ésta.
«‒En fin, hagamos las cosas bien y empecemos por el
principio. Como iba diciendo ‒prosiguió Blanca‒, encontré hace un rato a Alicia rodeada de una
buena nube de habitantes de la noche, así que le eché una mano y la he traído directamente
aquí; casi no hemos tenido tiempo ni de presentarnos. ¿Qué tal si lo hacemos
antes de pasar a otras cosas?
«Gertrud y yo asentimos; Julio miraba hacia la
sala, distraído, como si la conversación no fuera con él.
«‒Comenzaré yo misma ‒continuó Blanca‒. Aparte de mi
nombre, ¿qué más puedo decirte…? Vengo de Galicia, pero llevo muchos años en
Madrid, ya es como si fuera de aquí… Trabajo en la sección de Contabilidad de
una multinacional, se me dan bien los números; y puedo hacer gran parte del
trabajo desde casa, lo cual me permite una gran flexibilidad horaria… eso está
bien para dormir un poco de día, y luego poder dar muchas vueltas por la noche…
‒al decir esto, se rio.
«Al parecer, había terminado su presentación, y
Gertrud le tomó el relevo:
«‒Yo soy viuda. Conocí a Edmundo, mi marido, que fue
un arquitecto importante, en un trayecto en tren desde Valencia. Él volvía de
un viaje de trabajo, y yo venía a estudiar a la capital; tendría pocos años
menos que tú ahora… A los tres años estábamos casados ‒sonrió con tristeza‒. Ten en cuenta que
antes las diferencias de edad no importaban tanto como ahora. He tenido una
buena vida, aunque nunca tuve hijos, y me hubiera gustado, pero… Bueno, mi
marido murió demasiado joven, y me dejó en una situación económica bastante cómoda…
pero fue entonces cuando empecé a despertarme cada noche y a salir a pasear, y,
vaya… aquí estamos, ¿no? ‒y, con rostro afable, dio el último sorbito a su absenta.
«Hubo una pausa de unos segundos, pero Julio no abrió
la boca. Así que Blanca empezó a decir por él:
«‒Y este tío tan simpático se llama Julio, como sabes, y…
«‒Y es de Madrid ‒la interrumpió bruscamente, girándose sólo entonces
hacia mí‒ y se dedica a recopilar información sobre la geografía y la fauna
nocturnas, esas que la gente normal no ve ‒pronunció la palabra “normal” con evidente
desprecio.
«‒Un trabajo muy bien remunerado ‒apostilló Gertrud, y tanto
ella como Blanca sonrieron con algo de malicia, pero a la vez demostrando que
había confianza.
«‒Puede que algún día lo sea ‒replicó él, como herido en su orgullo, aunque por primera vez esbozó lo
que parecía una sonrisa‒. Pero, por el momento, este investigador de la noche insomne vive de su
trabajo como revisor de textos para varias editoriales. Malvive, si
queréis; pero es un trabajo que también me da libertad de horarios y de
movimiento.
«‒Vale, me toca ‒dije, para terminar‒. Yo soy Alicia, y soy de Toledo. Estudio
Historia del Arte en la Complu y vivo en una residencia de estudiantes. No
tengo familia en la ciudad, pero sí buenos amigos, y a mi novio, y… no sé… El
caso es que hace unos meses empecé a sufrir insomnio; fue después de haber
tenido varios ataques de ansiedad… Hasta ahora me sentía muy sola y preocupada,
en relación con este tema, pero me alegro mucho de haber encontrado a gente
como vosotros… y de saber que existen lugares como éste. Me he quedado
alucinada cuando me has traído hasta aquí, Blanca. Ha sido increíble. Y te
quería hacer un montón de preguntas al respecto.
«‒Claro que sí, hija mía. Querrás saberlo todo acerca
de la noche desvelada, como es natural ‒dijo Gertrud, mientras Blanca asentía en silencio.
«‒Empecemos precisamente por ahí, si os parece ‒dije, mirando
alternamente a los tres‒. He visto cosas asombrosas esta noche, pero ¿qué es eso de la noche
desvelada? ¿De qué va todo esto?
Continuará pronto...
✉ Suscríbete
para no perderte más relatos como éste, o Añade El Biblioverso a la pantalla de inicio de tu móvil (⋮), y lee anticipos de nuestros libros en X, Facebook e Instagram.
Entradas recientes
LOBO 6
03-08-24
«En la crónica de sucesos, tenemos que la pasada madrugada ha sido especialmente violenta en la capital. Hacia las tres y media, en un bar de carretera a la altura del kilómetro 21 de la A-4, un encapuchado ha acribillado a balazos a cuatro hombres que compartían una mesa; otro hombre aparecía degollado en el estacionamiento del bar, probablemente a manos de un cómplice del tirador. De las cinco víctimas, tres eran marroquíes y dos albanesas. Se cree [...] LA OBSOLESCENCIA DE LA CARNE (2)
14-07-24
A las once y media recibí una llamada por el InterLink. Era el periodista. Me preguntó si estaba ya en la galería comercial, y le dije que sí, que estaba justo donde habíamos acordado; también me preguntó si creía que alguien me había seguido, y le dije que no estaba completamente segura, pero que creía que no. No sé por qué mentí, porque al hacerlo lo ponía todo en peligro y, en realidad, estaba bastante convencida de que aquellos tipos con pinta de [...] EL PASTOR Y EL DRAGÓN
16-06-24
Ocurrió una vez, en aquellos tiempos en que los viejos dioses todavía se dejaban ver y oír por los mortales, que Brogo, el hijo de Druso, pastor de Pilos, cerca de Mesenia, mató con su honda a una mantícora que estaba diezmando sus rebaños de cabras desde hacía semanas. La horrible criatura, con cabeza humana, cuerpo de león y cola de escorpión, descendía por las noches desde un monte próximo, en cuyas cuevas se escondía, y causaba estragos [...] OTRA BELLA DURMIENTE (cap. 2)
22-05-24
La casa en los extrarradios de Alcobendas no fue difícil de encontrar; una búsqueda en las últimas fotos subidas a las redes sociales de Isabel mostró unos chalets que luego crucé sistemáticamente con imágenes de urbanizaciones del municipio en Google Maps, hasta que di con la que buscaba, llamada Montepinares 2. Como en el jardín posterior de la casa que salía en varias de las imágenes se veían tres grandes cipreses juntos, eso me dio algo [...]
03-08-24
«En la crónica de sucesos, tenemos que la pasada madrugada ha sido especialmente violenta en la capital. Hacia las tres y media, en un bar de carretera a la altura del kilómetro 21 de la A-4, un encapuchado ha acribillado a balazos a cuatro hombres que compartían una mesa; otro hombre aparecía degollado en el estacionamiento del bar, probablemente a manos de un cómplice del tirador. De las cinco víctimas, tres eran marroquíes y dos albanesas. Se cree [...] LA OBSOLESCENCIA DE LA CARNE (2)
14-07-24
A las once y media recibí una llamada por el InterLink. Era el periodista. Me preguntó si estaba ya en la galería comercial, y le dije que sí, que estaba justo donde habíamos acordado; también me preguntó si creía que alguien me había seguido, y le dije que no estaba completamente segura, pero que creía que no. No sé por qué mentí, porque al hacerlo lo ponía todo en peligro y, en realidad, estaba bastante convencida de que aquellos tipos con pinta de [...] EL PASTOR Y EL DRAGÓN
16-06-24
Ocurrió una vez, en aquellos tiempos en que los viejos dioses todavía se dejaban ver y oír por los mortales, que Brogo, el hijo de Druso, pastor de Pilos, cerca de Mesenia, mató con su honda a una mantícora que estaba diezmando sus rebaños de cabras desde hacía semanas. La horrible criatura, con cabeza humana, cuerpo de león y cola de escorpión, descendía por las noches desde un monte próximo, en cuyas cuevas se escondía, y causaba estragos [...] OTRA BELLA DURMIENTE (cap. 2)
22-05-24
La casa en los extrarradios de Alcobendas no fue difícil de encontrar; una búsqueda en las últimas fotos subidas a las redes sociales de Isabel mostró unos chalets que luego crucé sistemáticamente con imágenes de urbanizaciones del municipio en Google Maps, hasta que di con la que buscaba, llamada Montepinares 2. Como en el jardín posterior de la casa que salía en varias de las imágenes se veían tres grandes cipreses juntos, eso me dio algo [...]
No hay comentarios:
Publicar un comentario