Reseña de Exhalación
Comentamos la última obra de Ted Chiang
Publicado en 16/1/2021
Acontecimiento editorial esperado como pocos en el mundo de la ciencia ficción y la “literatura especulativa”, la publicación del segundo libro de Ted Chiang ha sido algo así ‒salvando todas las distancias‒ como el estreno última película de Tarantino: algo que despierta una enorme expectación y produce grandes ecos que tardan en extinguirse. Pocos autores han conseguido tanto con apenas un par de libros de relatos y ninguna novela. Exhalación (Sexto Piso, 2020) es el digno sucesor de su anterior colección, La historia de tu vida, que se hizo célebre para un público general después de la adaptación al cine de dos de sus relatos: la afortunada La llegada de Denis Villeneuve y la no tan afortunada cinta Sin límites protagonizada por Bradley Cooper. La primera malograba el mucho mejor final del relato, mientras que la segunda lo malograba todo; pero en ambos casos, Chiang demostraba ser más inteligente que sus adaptadores al cine.
Eso es lo que mejor define al escritor neoyorquino: es tremendamente inteligente y culto, y eso se trasluce en sus relatos, los apenas veinte que ha publicado en treinta años. Sus ideas son audaces, novedosas, desbordantes; lejos de todos los caminos ya abiertos en la ciencia ficción, Chiang abre vetas nuevas para la exploración intelectual de nuestro futuro y (siempre, con ello) de la condición humana. Siempre sorprende al lector, y hasta lo aturde con sus planteamientos, tan empapados de conocimiento científico y reflexión humanística como pocos autores han demostrado, quizá, desde Arthur C. Clarke. Hay toda una metafísica detrás de cada pieza, y además, todas comparten el acierto de huir del didactismo, de la exposición de unas premisas iniciales explícitas para que el lector perezoso entienda lo que se le está contando, para que se sitúe y se sienta cómodo con la narración, “encajándola” en algún lugar del imaginario colectivo. Chiang rompe, precisamente, con el imaginario colectivo para crear uno propio, y sólo el desarrollo de sus relatos nos permite orientarnos en las coordenadas intelectuales (y morales) en las que el autor nos arroja. En esto demuestra una maestría absoluta, y cabe decir que sus prosas son, cada una de ellas, breves ensayos acerca de los temas tratados (que, además, acompaña en ambos libros de unas notas finales sobre su gestación e ideas germinales, lo cual siempre es de agradecer).
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Si hay algo que reprocharle, y esto siendo muy exigente ‒y casi disculpándome por ello‒, es eso mismo; su principal virtud es a la vez su principal defecto, como suele pasar. La tendencia excesivamente ensayística de sus piezas hace que a veces, y más acusadamente en Exhalación que en la anterior compilación, no nos encontremos con una narración propiamente dicha, sino con una reflexión que se sirve de la trama como mera excusa para contar ideas que no la necesitan realmente; con personajes poco perfilados, psicológicamente planos, que son puramente instrumentales. Meras encarnaciones de los conceptos que el relato en cuestión expone. La narración resulta ser sólo una excusa para proponer un escenario teórico. Y en este sentido, ni la historia nos lleva por lo general a ningún sitio claramente definido ni ‒lo que es peor‒ llegamos a sentir una gran preocupación por el destino de sus protagonistas. Triunfen o fracasen, vivan o mueran, era lo que les tenía que ocurrir desde el principio, y eso quedaba más o menos claro, puesto que su destino es el de los conceptos que encarnan; responden, por tanto, a una verdad que los trasciende y precede a la narración en sí. Ésta no nos cuenta lo que ocurre tanto como el por qué tenía que ocurrir. Los relatos de Chiang, así, son emocionalmente fríos, nos implican poco en su desarrollo, y eso aunque intenta dotar a sus personajes de gran humanidad y ponerlos frente a dilemas morales. Pero en este aspecto no resulta muy convincente, porque más bien nos sentimos ante un estudio sociológico que ante una narración; es en esto donde se advierte su mayor debilidad como escritor.
Pero esto no impide que su lectura sea fascinante y provocativa, teóricamente lucidísima, y sin embargo, de lectura fluida y amena, huyendo de todo barroquismo o pedantería. Sabe contar muy bien lo que quiere contar, con una economía de medios y una prosa eficiente que demuestran su oficio. El conjunto de los relatos que ahora presenta quizá no alcance la altura media de La historia de tu vida, una colección realmente deslumbrante ‒o quizá es que, simplemente, se ha perdido el factor sorpresa de entonces‒, pero está muy cerca y algunas de las piezas sí igualan ese nivel. Hagamos un breve repaso.
Exhalación, que da título al conjunto, es una auténtica maravilla. Es un ejemplo de la tendencia ensayística que mencionaba, pero esta vez le sale bien a Chiang. Se trata de una explicación de la segunda ley de la termodinámica (de la entropía y la consiguiente “muerte térmica” del universo), sorprendente por su planteamiento vagamente steampunk y su sencillez expositiva, que recurre a una fábula sobre humanoides robóticos movidos por mecanismos neumáticos. Podría usarse en una clase de física para introducir este tema de forma pedagógica, y ahorraría muchos quebraderos de cabeza y confusiones a los estudiantes. El comerciante y la puerta del alquimista, que abre el libro, es un relato que aúna la fantasía con la ciencia ficción; una especie de cuento de Las mil y una noches que introduce paradojas relacionadas con los viajes en el tiempo. Narrativamente es el mejor título del conjunto, pues cuenta una ‒varias, de hecho‒ historia con un desarrollo completo y redondo. Entre los mejores relatos también hay que mencionar Ónfalo, que nos lleva a un mundo donde el creacionismo resultó ser verdad y la ciencia y la religión van de la mano… hasta que un nuevo descubrimiento astronómico amenaza la visión del mundo establecida, y con ella la fe de creyentes (¡y los científicos!). Es el título que más me ha recordado el estilo de los de La historia de tu vida.
Entre los que no dejan una huella tan intensa, pero no porque sean malos ‒en este libro no hay nada “malo”‒, sino por ser básicamente ensayos acerca de problemas científicos más que historias, están algunos como La verdad del hecho, la verdad del sentimiento, que trata de cómo las tecnologías con que registramos los recuerdos y construimos nuestra memoria estructuran la mente misma y nuestros modos de percibir la realidad y relacionarnos; es fabuloso de principio a fin, pero quizá queda demasiado irresuelto por su propia naturaleza teórica. Y también citaría aquí las tres piezas más breves (Lo que se espera de nosotros, La niñera automática, patentada por Dacey y El gran silencio), realmente reflexiones en voz alta sin apenas desarrollo, más bien ideas lanzadas al lector que otra cosa, pero ciertamente interesantes y sugerentes.
Entre los que menos me han gustado está El ciclo de vida de los elementos de software, que parte de un planteamiento muy bueno acerca de la génesis de la inteligencia artificial, pero se pierde en una narración excesivamente larga (es el más extenso del libro con diferencia) que, pasadas unas pocas decenas de páginas, no va a parar a ninguna parte y cae en cierta repetitividad; Chiang no parece tener muy claro qué quiere hacer con esta historia y la alarga en espera de un final “que caiga por su propia peso”, el cual sin embargo no llega. Por último, también entre los más flojos, y concluyendo con él esta reseña (de hecho, cierra el libro), está La ansiedad es el vértigo de la libertad. Nos sitúa ante un escenario bastante inverosímil, no muy bien planteado; es un relato acerca del libre albedrío que recurre a ciertas elucubraciones sobre la mecánica cuántica que quedan bastante por debajo de la pulcritud científica a la que Chiang nos tiene acostumbrados (incluso cuando fantasea). No resulta demasiado estimulante como historia y está claramente por debajo de los demás. Teniendo en cuenta, además, que es uno de los más extensos, quizá no debería ser el último, precisamente para no dejar un último poso menos satisfactorio que el resto.
En resumen, Exhalación es un bocado selecto dentro de la literatura de ciencia ficción reciente (o de la literatura, a secas). Una obra que entretiene y hace pensar, pero pensar de verdad, no como la mayoría de libros que se arropan de intelectualidad y luego no dan la talla. Chiang sabe de lo que habla, y sabe contarlo de forma accesible; y sabe plantear muy bien los dilemas ante los que la ciencia y la técnica nos colocan, sin caer en maniqueísmos ni en posturas facilonas, tanto utópicas como distópicas. Su mundo, o mejor dicho, sus mundos, son sólidos, limpios, precisos; muy parecidos al presente y a la vez lo suficientemente diferentes como para provocar la extrañeza de la que surge la verdadera reflexión. Tal vez sea el mejor narrador de los últimos tiempos haciendo esto, junto a Charlie Brooker y su incomparable Black Mirror. Quién sabe lo que hará en el futuro, o si nos sorprenderá con una novela (cosa poco probable, porque su medio es claramente el relato y huye de los argumentos extensos, donde claramente se defiende peor). Pero está ya en los anales de la ciencia ficción con menos de veinte relatos publicados. Y eso lo han hecho muy pocos. Léanlo. En serio.